
Por María de Lourdes Puig
En escena, unos cuerpos reposan sobre colchonetas. Cuatro boquillas con focos apagados penden perpendicularmente. La acción inicia con los bailarines desplazándose por el espacio, encendiendo los focos de a uno y realizando movimientos de ascenso y descenso en interacción con gruesas colchonetas grises que podemos interpretar como muros de concreto o colinas, dependiendo de las acciones que ejecutan con ellas. Los cuerpos suben y bajan una y otra vez en un esfuerzo continuo por alcanzar la cima. A ratos la alcanzan, para inmediatamente después rodar colina abajo. Los cuerpos suben, pero sobre todo, el énfasis está en la caída, en cómo estos cuerpos descienden rodando sobre su propio eje, cayendo al vacío. Otras veces, los cuerpos son sofocados por estos muros que los atrapan emparedándolos, haciendo de su trepar entre peña y peña, una necesidad urgente para la supervivencia, en clara alusión a la competencia despiadada y luchas de poder. Otros objetos se suman: una escalera de metal que se repliega en sí misma, creciendo y achicándose alternadamente conforme la manipulan, un par de bicicletas y una escoba.
Con estos elementos, los bailarines de la Compañía Nacional de Danza ejecutan, de manera precisa, una obra que evoca el mito de Sísifo y su trágica condición, una condición de lo humano que nos alcanza desde la Antigua Grecia hasta estos tiempos pospandémicos: el sentido de la existencia. Sísifo, como el héroe absurdo que describe Camus en su ensayo sobre el mito griego, es la personificación del esfuerzo inútil, el héroe ciego que empuja la piedra montaña arriba por toda la eternidad, en castigo por haber desafiado a los dioses.
El mito nos cuenta que Sísifo empujaba la piedra. Hoy, somos el Sísifo que empuja la piedra y la piedra a la vez: una suerte de sujeto/objeto dentro de un sistema que nos ha llevado a la autoexpolatación, donde no se hace necesaria la figura de control del régimen disciplinario de la sociedad industrial, ya que en la actual sociedad tecnológica de consumo, cada individuo obedece al mandato introyectado de ser productivo, ser productivo para poder consumir lo que otros producen, donde la persona se exprime a sí misma para alcanzar la meta, meta elusiva como la liebre en las carreras de galgos.
En Colina abajo hay momentos que dejan recordación por su riqueza en imágenes y destreza técnica: cuando la bailarina (Zully Guamán) interactúa con la escalera de metal que crece y se reduce, como imagen de los momentos de la vida de expansión y contracción, donde la escalera que se usa para ascender y escalar posiciones también se convierte en la cárcel que atrapa coartando libertades. Cuando la mano femenina (Eliana Zambrano) deja la escoba parada en medio del escenario en posición vertical, estática, sin que nadie la sostenga… en ese instante el movimiento cesa y toda la acción se congela en una pausa perfecta formando un cuadro vivo detenido en el tiempo que nos corta la respiración. Cuando se produce una colisión entre bicicletas y las bailarinas (Catalina Villagómez y Zully Guamán) vuelan por los aires creando un efecto de cámara lenta, donde se aprecia la tensión del músculo por los cuerpos en suspensión logrando una ejecución impecable. Y el final, cuando la bailarina (Sisa Madrid) logra alcanzar la cima del muro para, simplemente, apagar la última luz… una metáfora de lo absurdo de la existencia humana, incierta y lastrada por penosos afanes que día tras día nos acercan al destino ineludible, donde la muerte es la única certeza.
Colina abajo para desacelerar; colina abajo para descender; colina abajo para decrecer; colina abajo para apearse, aliviarse, para descansar. Qué pensamientos, qué reflexiones habrán acompañado a Sísifo cuando se deslizaba colina abajo.
Colina abajo, dirigida por Jorge Alcolea, es la obra de la Compañía Nacional de Danza que se presentó en Guayaquil el 17 de junio de 2022 en el Teatro Centro de Arte, como parte de la programación del Festival Internacional de Danza Fragmentos de Junio – Edición XX, evento dancístico dirigido por Jorge Parra Landázuri, que se realizó sin financiamiento por parte del Estado y en medio de un Paro Nacional. Así el contrasentido juega con nosotros los mortales, mientras descendemos colina abajo entre la danza y el paro.
Ficha artística:
Concepto y dirección: Jorge Alcolea
Intérpretes creadores: Darwin Alarcón, Cristian Albuja, Luis Cifuentes, Fernando Cruz, Marcelo Guaigua, Zully Guamán, Sisa Madrid, Christian Masabanda, Franklin Mena, María José Núñez, Lizeth Samaniego, Yulia Vidal, Catalina Villagómez y Eliana Zambrano.
Producción: Compañía Nacional de Danza
Composición musical: Mauricio Proaño
Diseño de vestuario: Carlos Huera
Diseño de iluminación: Fernando Cruz
Registro fotográfico: Gonzalo Guaña
Registro audiovisual: Desde El Pupo Taller Visual
Formato: Danza
Duración: 47 minutos

María de Lourdes Puig
Escritora y dramaturga. Estudió Literatura en la UCSG; diplomada por el CELCIT de Argentina en Escritura Dramática. Su formación teatral la realiza como autodidacta y tomando diversos cursos y talleres con reconocidos maestros nacionales y extranjeros. Autora del libro de textos dramáticos Mudar de pies y otras piezas breves (2016); publicaciones en prosa, artículos para revistas especializadas y prensa escrita. Directora de Arcano Artes Escénicas.
Deja una respuesta