
Por María de Lourdes Puig
Es una pregunta recurrente que no siempre encuentra una respuesta feliz.
Viene a mi memoria la imagen de un hombre desnudo en un escenario, es el autor y actor de teatro Sébastien Thiéry, ganador del Premio Moliere 2015, quien recibió así el galardón en señal de protesta por las condiciones laborales de los autores en Francia. En su discurso, Thiéry dice con ironía: “Se puede hacer un teatro sin disfraces para entretener a la audiencia, sin trajes, pero no sin autor.”
Esta imagen de un cuerpo desnudo en la escena me traslada a otro lugar: es una metáfora potente para significar la vulnerabilidad del autor dramático en lo concerniente a su dinámica en el engranaje de la factoría del hecho escénico. Hoy en día, en esta ciudad, con la proliferación de espacios para la puesta en escena (casas que se convierten en teatros, restaurantes que se convierten en teatros, bares que se convierten en teatros, cafeterías que se convierten en teatros…) es muy común observar que se montan obras -de manera particular las de formato breve- en las cuales, con mucha frecuencia, no se menciona el nombre del autor del texto representado. Es como asistir a una fiesta donde todos comen y beben pero nadie sabe el nombre del anfitrión (algo así como entrar de colado al festejo). Cierto es que los actores, directores y productores arman la farra, pero al autor/creador/dramaturgo se le ocurrió la idea y desarrolló el tema, ¡al menos menciónenlo, por favor!
Y este llamado de atención ante la invisibilización del escritor que, por desconocimiento, descuido o facilismo se ha venido dando en algunos montajes, no es por una cuestión de ego o afectación, sino por la necesidad de identificar la función del escritor dramático, de darle su lugar, y además por la buena salud del teatro. Cuando no se reconoce al autor del texto teatral, cuando no se valida su participación en el proceso respetando su trabajo, es muy fácil caer en la tentación de burlar su rol y recurrir a la burda copia de otros trabajos realizados (lo que se conoce como plagio). Se hacen adaptaciones de obras de teatro, de cuentos y novelas, de películas de cine e incluso de canciones (ahora todo es teatralizable) sin mencionar el nombre de la persona responsable que intervino ese texto. Un basada en (va el nombre de la obra original) y/o adaptada por (va el nombre de la persona que realiza la adaptación del texto) es necesario y se agradece.
En países donde el teatro tiene tradición de siglos, hay una cultura conocedora que aprecia y respeta cada rol, donde el público sabe a lo que va y decide escoger tal o cual obra según su autor, porque le conoce; los hacedores de teatro se organizan en gremios de acuerdo a su función y oficio, y cuentan con el apoyo de las asociaciones, cumpliendo por lo general con los parámetros estipulados por los derechos de autor. No creo que sea un sistema sin fallas, pero al menos cuentan con una plataforma para trabajar, donde el ser escritor y artista es una profesión como cualquier otra, una opción de vida, no una actividad para realizar en el tiempo libre.
Pero volviendo al aquí y ahora, a nosotros nos toca por el momento trabajar con la dificultad. En nuestro país la historia del teatro no tiene ni cien años. Se está haciendo y eso es bueno; la producción crece, pero vale estar atentos y cuidar que las células no se reproduzcan de manera descontrolada porque luego se convierten en un cáncer difícil de curar.
¿Queremos textos para interpretar? Reconozcamos la función del escritor de teatro, para que más personas encuentren en la dramaturgia textual una opción, un espacio para desarrollar su creatividad y destreza. Así lo he podido constatar en mis talleres, donde los participantes dan buena muestra de sensibilidad y talento, teniendo mucho qué contar. Todos nos veríamos favorecidos con obras frescas, originales, propias, verdaderas.
Los agentes involucrados en las artes escénicas tenemos una responsabilidad con los públicos y la comunidad: los propietarios y administradores de los distintos espacios y salas de teatro; los escritores; los actores y actrices; directores; productores; gestores y todos los implicados de una u otra manera en el proceso, tenemos el compromiso de formarnos e informarnos para contribuir al crecimiento y desarrollo saludable del teatro.
La próxima vez que asista a una obra de teatro, pregunte: ¿De quién es el texto?
Artículo publicado en la revista El Telón del Teatro Sánchez Aguilar, edición No.56 septiembre/octubre 2019, pag. 33.

María de Lourdes Puig
Escritora y dramaturga. Estudió Literatura en la UCSG; diplomada por el CELCIT de Argentina en Escritura Dramática. Su formación teatral la realiza como autodidacta y tomando diversos cursos y talleres con reconocidos maestros nacionales y extranjeros. Autora del libro de textos dramáticos Mudar de pies y otras piezas breves (2016); publicaciones en prosa, artículos para revistas especializadas y prensa escrita. Directora de Arcano artes escénicas.
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