Por Delia Pin Lavayen

Gilles Deleuze menciona en su texto Lógica del Sentido a los Estoicos y Epicúreos como moldeadores del arte y el lenguaje, basado en el concepto de la moral que ambos representantes interpelaban con intensidad filosófica. El ser humano por naturaleza se perfila más y menos entre la razón estoica y el Hedonismo epicúreo; el artista inherentemente combate en el limbo de estas posturas. Entre estas dos corrientes, la moral intercede y se puede convertir en un limitante creativo; pero, cuando Lacan afirma que, “el inconsciente tiene estructura de lenguaje” y su afluente corrientoso es la realidad y el deseo; entonces, en el arte, la moral se transforma en un acto simbólico de negación, el deseo hedonista sabe darnos la mano, y complacernos en la dualidad del “No Yo” como dice Lacan.

En Lógica del Sentido, Deleuze cita dos palabras en relación a Lewis Carroll y Antoine Artaud: Profundidad y superficie ¿Qué tan estoico y Epicúreo podrían ser Carrol y Artaud? El ojo analítico de Gilles nos conduce primero al bajo mundo de Alicia en el País de las Maravillas, quien cae en lo profundo de la superficie en busca de las complejidades de otros NO YO; entre esas aguas saladas en que se sumerge la protagonista, recorre bosques, seres con lenguajes extraños, personajes espejos y las preguntas se vuelven metáforas constantes. Carroll pervierte el lenguaje, la locura no deja de ser un juego alucinante, los seres cavernas se mueven con elegante amaneramiento; y Alicia, siempre se comporta como la niña mimada sin importar la altura y edad que tenga.

Lamento decir que, jamás estos personajes del País de las Maravillas serán tan deformes como los cuerpos que se exponen en el espejo cóncavo y convexo de Ramón Valle Inclán, quien nos muestra  la esperpéntica miseria y grotesca fealdad de la realidad por más que quiera presentarse hermosa y delicada. Amalia Iriarte Nùñez en su texto Tragedia de Fantoche cita “En el mundo de los <esperpentos>… es como si los héroes antiguos se hubiesen deformado en los espejos cóncavos de la calle, con un transporte grotesco, pero rigurosamente geométricos llamados a representar una fábula no deformada. Son enanos y patizambos que juegan a la tragedia (…)” Los dioses griegos se vuelven personajes de sainete y carnavalescos, porque “… el esperpento, además de la deformación de una realidad es “la imagen de una imagen, es una imagen de segundo grado”. las esperpénticas profundidades de los personajes juegan con la fealdad, lo grotesco y la crueldad en pasadizos ocultos y quebradizos.

Mientras que, en el País de Alicia, Carroll “pervierte el infantilismo” afirma Deleuze, al trastocar el espacio y tiempo de Alicia, pero jamás evoluciona su dandismo

Gilles Deleuze afirma: “Alicia con los fantasmas de la superficie han sustituido a la alucinación de las profundidades”. El encuentro con los personajes subterráneos no son más que acontecimientos de la superficie, entre los bordes del sin sentido, del inconsciente; pero a la vez es un lenguaje inocuo sin alteraciones profundas.

Deleuze hace una intervención equivalente a Antonin Artaud, manifiesta que, él tiene una relación muy estrecha con la profundidad de su piel, vísceras y alma; pero… la moral de Artaud no es perversa, es desquiciante, o como menciona Camille Dumoulié “Que no haya otra razón de la obra que la locura de su autor…”. La moral de Artaud es inexistente, escasa de velos surrealistas, Artaud declara: “No me gustan los poemas o los lenguajes de superficie que respiran ocios felices y triunfos del intelecto” Sabe muy bien que los órganos, los afectos están muy mezclados entre saliva y estiércol porque para él es preciso que, “el poema huela mal”; la razón de Artaud es el desquicio, no la crueldad desde mi punto de vista. Èl mismo era una obra de arte, sostenido por el lenguaje. Lacan afirma: “Hay una relación estrecha entre el aparato de la escritura y lo que se puede llamar la lógica”. La lógica de Artaud era el desquicio real.

Artaud en su texto En Plena Noche narra “… Desprecio demasiado la vida para pensar que cualquier cambio desarrollado en el marco de las apariencias, pueda cambiar algo de mi detestable condición.” Todo el lenguaje de Artaud es subterráneo, aniquila cualquier superficie posible, como la opinión de sus colegas surrealistas.

El real de Artaud era el mismo vacío transitando los poros de su piel; deshacerse de la literatura surrealista era callar la verborrea salpicante de deseo y realidad. Camille Dumoulié comenta: “EN EL LÍMITE DE LO REAL, SURGE UN OBJETO POR CUYO ENCUENTRO SE DETIENE EL MOVIMIENTO DE EXCESO Y SOBRE EL CUAL SE DESCARGA LA TENSIÓN” y este efecto no solo es por y para Artaud, es el regalo de la vida para el artista, el creador. En el límite de lo real para Artaud, el objeto gira rastrillando las profundidades de su ser. A diferencia de Carrol, a pesar de que sus personajes caen y viven en la profundidad terrenal no dejan de resplandecer cautela y refinada superficie.

La lógica de Carroll y Artaud no compaginarán nunca; entre la superficie y la profundidad hay un intermedio muy valioso: el espejo cóncavo y convexo en Luces de Bohemia de Ramón Valle Inclán; quien se mire como Alicia en el espejo hendido puede ser que vea algo más que su esperpéntica figura. ¿Se imaginan una Alicia grotesca con influencia artaudiano?

Para concluir, la aportación sobre el lenguaje y arte de estos dos autores es necesario cerrar con una frase de Deleuze en relación a la superficie y la profundidad: “EL LENGUAJE DE CARROLL EMITIDO ES LA SUPERFICIE; EL LENGUAJE DE ARTAUD ESTÁ TALLADO EN LAS PROFUNDIDADES DE LOS CUERPOS.”

Al intentar entender un poco más la profundidad visceral de Artaud y el cristal quebradizo de Carroll, hay dos personajes de la literatura dramática del siglo XlV que transgredieron en una época del teatro naturalista, removieron reflexiones entre estos dos significantes: La Señorita Julia de August Strindberg y Nora, Casa de Muñecas, de Henrik Ibsen. Ambas, desde ese espacio impuesto por sus creadores: se bosquejan como ejemplos: en Nora, podemos observarla frente al espejo rodeando los bordes socioculturales con sus delicados dedos del que luego se aleja sonriente e ilesa sin perder sus vestidos y dulzura; convirtiéndola en un NO YO para la realidad de su época. La Señorita Julia de Strindberg, se lanza al vacío que el autor le crea, la pone entre la espada y la pared entre su deseo y realidad ficcional. Strinbderg cuestiona su yo dramático y lo estruja hasta llevarlo a la indigna y desquiciante razón.

Ambas obras dramáticas tienen potestad y carácter, pero la gran diferencia está en: Ibsen juega con la victimización de Nora, le aligera las maletas del dolor; al final, ella sale de casa sin creer en los milagros, sin creer en el matrimonio, ni en sus hijos; mientras que, Strindberg acecha a Julia, la enfrenta sin devaneos folklóricos, la empuja hasta caer y pedir auxilio al verdugo, quien se deleita viéndola revolcándose en la humillación.

Lacan en lógica del fantasma declara “LO QUE SUGIERE A LA RELACIÓN DE FANTASÍA, A LA IMAGINACIÓN, AL TÉRMINO FANTASMA, YO ME COMPLACERÍA REMARCAR CON EL TÉRMINO DE LÓGICA…” porque el fantasma como insiste Lacan no es tan radicalmente antinómico. Se puede decir que el fantasma es el anverso y el revés: realidad y deseo. Continúa Lacan: “EL FANTASMA ARMA EL MONTAJE ENTRE SIMBÓLICO E IMAGINARIO” ese montaje que se vuelve una puesta de escena llena de trampas profundas o superficiales.

Lacan afirma que, este ente nos guía en nuestra realidad, caminamos cargando un “Listo para llevar el fantasma” en el día a día; Deleuze en cambio, las llama “palabras Valijas” o “… son también palabras esotéricas… que contraen varias palabras y envuelven varios sentidos… pero todo el problema consiste en saber cuándo las palabras valijas se hacen necesarias…” Ese lenguaje del inconsciente, ese significante que no se significa así mismo como afirma Lacan: Nos Atrapa en el sinsentido pero que a la vez no carece de lógica, de lenguaje, de inconciencia.

Y, por último: Deleuze confirma en relación al creador: “La superficie, la cortina, la alfombra, el manto, ahí es donde el cínico y el estoico se instalan y con lo que se envuelven. El doble sentido de la superficie, la continuidad del derecho y el revés sustituyen a la altura y a la profundidad” Pregunto ¿y qué es entonces la profundidad” me aclara Deleuze “Detrás de toda caverna hay otra más profunda… un mundo más vasto, más extraño, más rico que la superficie, un abismo bajo todo fondo…” La profundidad es esquizofrénica; un “Dionisos desmembrado, pero también impenetrable”. Pero entre ese espacio de arriba y abajo está el espejo cóncavo de Valle Inclán. La lógica fantasmal del creador necesita ese espejo, esa mirada socavada es quien decidirá el espacio que le convenga y acomode a las palabras valijas, significantes que no significan, sin sentidos lógicos y abstractos; montajes simbólicos (des)arraigados de realidades y fantasías.

Bibliografía:

Deleuze, G. (s.f.). La Lógica del Sentido.

Dumoulié, C. (s.f.). Nietzsche y Artaud por una ética de la crueldad.

Ibsen, H. (s.f.). Casa de Muñecas.

Lacan, J. (s.f.). La lógica del fantasma.

Núñez, A. I. (s.f.). Tragedia de Fantoche.

Strindberg, A. (s.f.). Julia, La Señorita.

Delia Pin Lavayen

Comunicadora social, actriz y dramaturga. Perteneció al grupo teatral Barricaña (1982-1991); es profesora de teatro y sus obras se han presentado en festivales nacionales e internacionales.