Por María de Lourdes Puig

Encuentro necesario conocer de dónde vengo para reconocer en dónde estoy. La misma inquietud me lleva a revisar el pasado, siguiendo el rastro que han dejado las mujeres en la historia del teatro, en un esfuerzo consciente por comprender mejor el momento actual.

Es bueno saber que las mujeres han estado presentes en el teatro desde sus inicios. En las distintas culturas alrededor del mundo, el surgimiento de las manifestaciones que hoy conocemos como teatro, se encuentran vinculadas a los rituales de culto a sus dioses y diosas, con manifestaciones de danza, canto, poesía y representaciones dialogadas. Sabemos que la civilización minoica (Creta, 3.100 a.C.) era una sociedad matriarcal, donde el culto a la Diosa madre fue la concepción de divinidad más antigua que se conoce; y tanto en el antiguo Egipto, con sus ritos de fertilidad a Isis, como en la Grecia arcaica, estos eventos eran protagonizados por jóvenes sacerdotisas.

Posteriormente, cuando los griegos establecieron la diferencia entre “teatro culto” -como llamaron a la tragedia y comedia- y teatro popular, le prohibieron el ingreso a las mujeres. En Occidente, esta condición se mantuvo en el tiempo, aunque es muy probable que se haya transgredido la regla, sobre todo en el teatro popular, con episodios que los historiadores no anotaron o supieron maquillar.

En los siglos X al XIII, surgen las Juglaresas, Trovadoras y Cantaderas, así eran llamadas las cantautoras, actrices y dramaturgas de la Edad Media, mujeres cristianas, judías y musulmanas que participaban en fiestas y eventos religiosos o políticos. Eran escritoras, intelectuales, músicas y viajeras que incursionaron en las artes escénicas. Sus composiciones y escenificaciones transmitían valores, mitos y leyendas de una historia ancestral compartida. El teatro fue para estas mujeres un espacio donde poder decir públicamente cosas que no podrían ser dichas de otra manera.

Cuando el teatro perdió su carácter “sagrado”, el estatus de actor decayó, llegando a ser menospreciados por la comunidad e incluso perseguidos. De las actrices se decía que tenían “mala reputación”, y en general la gente de teatro era considerada non grata para las sociedades conservadoras.

La historia registra que hasta el siglo XVI, en el teatro europeo los personajes femeninos eran interpretados por jóvenes aspirantes a actores, conocidos como imberbes, porque aún no les crecía la barba. El 17 de noviembre de 1587, en Consejo de Castilla autoriza la presencia de mujeres en la escena, aunque ésta estaba condicionada, entre otras cosas, a que la actriz debía estar casada y trabajar con su esposo. Entre tanto, en la Inglaterra de Shakespeare, la prohibición continuó hasta el siglo XVII.

En la sociedad medieval, la mujer estaba predestinada para la vida doméstica y la reproducción, mediante matrimonios arreglados desde la infancia. Algunas mujeres con inquietudes intelectuales, resistiéndose a tal destino, optaban por la vida monástica, ya que allí encontraban las facilidades para acceder a los estudios y conocimientos que las motivaban. Es el caso de Hroswitha de Gandersheim, canonesa y escritora alemana del siglo X, quien fue la primera dramaturga de la historia, no la primera mujer que escribió teatro, sino la primera persona desde la Antigüedad tardía en componer obras de teatro. La abadía de Gandersheim donde vivió y trabajó, era un lugar de estudio, creatividad y esparcimiento solo para mujeres.

Así también encontramos a sor Juana Inés de la Cruz (San Miguel Nepantla, 1648 – México, 1695), notable escritora y poeta quien también escribió teatro. En la creación dramática de sor Juana destaca el perfil psicológico de sus personajes femeninos, inteligentes y capaces de conducir su destino, dentro de la difícil estructura social de su tiempo.

Otros nombres que los investigadores han logrado rescatar de las sombras visibilizando su contribución al teatro son, entre otras, Paula Vicente (Portugal, 1500 – 1560) actriz y escritora, se la considera antecedente de todas las autoras teatrales del Siglo de Oro; Aphra Behn (Kent, 1640 – Londres, 1689) fue la primera dramaturga y escritora profesional de la historia inglesa; Juana Calderón “la Calderona” (Madrid, siglo XVII) una de las primeras actrices españolas de los llamados Corrales de Comedias; Feliciana Enríquez de Guzmán (Sevilla, 1569 – 1644) dramaturga y poetisa, la primera española en escribir un texto sobre teoría teatral el cual desató gran polémica, algunos críticos afirman que estudió en la Universidad de Salamanca disfrazada de hombre, ya que en su tiempo las mujeres no tenían acceso a los estudios universitarios, y que se vio obligada a dejarla cuando se descubrió la verdad; Ana Caro Mallén (Granada, 1590 – 1646) poeta y dramaturga española, su caso es excepcional: alcanzó gran fama por la calidad de sus obras, vivió del oficio de escribir teatro y cobró por ello, superando su condición de haber nacido esclava; María de Zayas y Sotomayor (Madrid, 1590 – ¿1661?) escritora y dramaturga, precursora del feminismo pre-moderno, junto a Ana Caro Mallén y sor Juana Inés de la Cruz, es una de las tres grandes autoras de habla hispana del siglo XVII.

Hasta aquí llego por ahora. Espero que esta reseña breve despierte curiosidad e invite a conocer más a cada una de estas mujeres, entender las luchas y motivaciones que las llevaron al teatro… para descubrir quizás que el tiempo es una ilusión.

Artículo publicado en la revista El Telón del Teatro Sánchez Aguilar, edición #54 mayo/junio 2019, p. 37

http://teatrosanchezaguilar.org/el-telon/

María de Lourdes Puig

Escritora y dramaturga.  Estudió Literatura en la UCSG; diplomada por el CELCIT de Argentina en Escritura Dramática.  Su formación teatral la realiza como autodidacta y tomando diversos cursos y talleres con reconocidos maestros nacionales y extranjeros.  Autora del libro de textos dramáticos Mudar de pies y otras piezas breves (2016); publicaciones en prosa, artículos para revistas especializadas y prensa escrita. Directora de Arcano artes escénicas.