Por Julián Martínez Santana

Cuando no actuamos a partir de un rol predeterminado tenemos más posibilidades de enriquecernos como actores y actrices. La conducta del “personaje” regido por un guión preestablecido es parte de los bloqueos en el trabajo actoral y la vida privada. Cuanto más se desvanece la personalidad que nos imponemos, más podemos desarrollar el potencial propio y la vitalidad artística que surge de una autoexploración más honesta y profunda: “Representar papeles falsos” –advierte Perls- “y manipular al mundo en busca de apoyo siempre son lo mismo”[1]. La falsa representación es lo contrario de una buena actuación; y la excesiva demanda de apoyo es lo contrario de usar nuestra propia voz, apoyados en nuestras propias piernas[2]. En relación a esto, quiero comentar a continuación dos de los mecanismos neuróticos descritos en la terapia Gestalt, para esbozar brevemente -y a manera de ejemplo- sus posibles usos en el contexto teatral.

 

INTROYECCIÓN

Según Fritz Perls la introyección es “el mecanismo neurótico mediante el cual incorporamos dentro de nosotros mismos patrones, actitudes, modos de actuar y pensar que no son verdaderamente nuestros”[3]. Respecto a este mecanismo y los demás, lo primero que hay que decir es que la conciencia es un elemento clave: si he internalizado técnicas y patrones conscientemente (por ejemplo técnicas de voz y respiración que incorporo y que empleo en el trabajo actoral sin necesidad de estar recordándolas, porque ya están arraigadas en mí) entonces no diremos que se trata de introyectos a manera de mecanismos neuróticos. Si los he masticado y digerido a conciencia, si les he dado la bienvenida de forma voluntaria, entonces no hay inconveniente. Los problemas surgen cuando esos patrones, actitudes, prejuicios, principios y hábitos, son tragados sin masticar y sin digerir. Ahí es donde aparecen esas conductas que sustituyen lo que realmente queremos hacer por lo que se supone que debemos hacer.

Recuerdo el caso de una actriz a la que le costaba hacer el papel de “niña”. Su introyecto era algo parecido a esto: “las mujeres son serias y las mujeres serias se comportan como adultas”. Así que su trabajo empezó por el reto de retomar su lado niña, vulnerable, espontánea. También recuerdo cómo a muchos actores (en principio heterosexuales) les cuestan las situaciones velada o abiertamente homosexuales. Aunque quieren hacer la escena, se encuentran imposibilitados de hacerla porque -al menos en parte- hay dentro de ellos una especie de mandato que dice: “hombre que se respete se comporta como obligan e indican la sociedad y los padres”.

 

PROYECCIÓN

Es el reverso de la introyección. Cuando proyectamos ponemos en los demás lo que no reconocemos en nosotros. En general esto se debe a razones morales. Si por ejemplo tengo el introyecto de que el sexo es pecado, entonces tenderé a negar en mí los impulsos sexuales y a condenar en los otros la presencia de esos deseos (que yo también tengo pero me prohíbo expresar). La proyección se parece a ese dicho que reza: El burro hablando de orejas. Y el burro, en este caso, odia y se siente perseguido por esas grandes orejas que parecen estar en todas partes y en mucha gente, sin darse cuenta del tamaño de sus propias orejas.

Sucede que hay algo de paranoico en el buen proyector. “Actúan como aberrados sexuales”, dice un proyector, y se siente amenazado por esos “aberrados” que aparecen por doquier, cuando en realidad es su propia sexualidad reprimida proyectada en los demás.

Una proyección es un rasgo, actitud, sentimiento o conducta que de hecho pertenecen a tu propia personalidad pero que, en lugar de ser experimentados como tales, son atribuidos a objetos o personas del medio ambiente; y luego son vividos como si fueran dirigidos hacia ti, cuando en realidad es al revés.[4]

 

En ensayos, cursos y talleres es común encontrar excusas que apuntan a los demás como un distractor: “Yo estaba trabajando bien pero esas dos personas no estaban concentradas y eso me afectó”; cuando lo cierto es que si uno está trabajando bien no se detiene ante la presencia de dos personas aparentemente desconcentradas. A veces mi desánimo se proyecta en otros y pienso: “El grupo está desanimado”; lo que a su vez se convierte en una molestia y hasta en la sensación de que todos preferirían estar haciendo cualquier cosa menos estar aquí.

El tema es extenso, por ahora lo dejo hasta aquí. En todo caso lo que quise sugerir en estas pocas líneas, es que hay todo un universo por explorar en el vínculo entre teatro y terapia Gestalt.

Fuentes y notas:

[1] Fritz Perls, P. Baumgardner, Terapia Gestalt, (México: Editorial Pax México, 2006), 48.

[2] Actores/actrices con voz propia y auto-apoyo, son los que enriquecen un montaje y no vampirizan tanto a sus demás colegas. Tienden a ser un aporte en lugar de un peso.

[3] Fritz Perls, El enfoque gestático, (Santiago de Chile: Cuatro Vientos Editorial, 1989), 45.

[4] Frederick Perls, Ralph Hefferline, Paul Goodman, Gestalt Therapy, (Reading: Cox & Wyman, 2009), 211

Julián Martínez Santana

Filósofo, dramaturgo y director de teatro con más de 30 años de experiencia. Magister en Ética por la UAM; Maestría en Filosofía de la Mente en la Universidad Simón Bolívar; Doctor en Filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid. Formado en el Instituto Venezolano de Terapia Gestalt. Como dramaturgo tiene publicaciones y ha ganado premios. Es docente de la UArtes.